La noche ha sido fría y húmeda, pero el calor del Sol comienza a notarse. En el campamento reina un silencio sepulcral, y el soldado observa curiosamente la ciudad sitiada. No ha podido dormir en toda la noche por los nervios, sin embargo, está ansioso de enfundarse la espada y cargar contra la ciudad.
Se da la orden y los batallones se organizan para comenzar el asedio. El soldado tiene una mezcla de alegría y tensión, al encontrarse en la primera línea de ataque. Todos esperan el toque del cuerno para poder cargar; mientras unos rezan, otros comen algo con el fin de calmar los nervios en vez de saciar el hambre. Sin embargo, son los defensores los que atacan primero soltando una lluvia de flechas; suena el cuerno y comienza la carga.
El soldado corre velozmente observando como sus compañeros caen derribados por las flechas. Llega a salvo al pie de la muralla y comienza a ayudar a levantar las escalas. Es un trepador ágil por lo que se dispone a subir el primero, llega a duras penas tras haber esquivado los proyectiles lanzados desde arriba y empieza a soltar espadazos a diestro y siniestro. En el fragor de la batalla, su espada se quiebra, siendo inútil su uso. Se decide por una ballesta que estaba en el suelo, al ver que está cargada se dispone a buscar un blanco y observa a un arquero enemigo que dispara con una velocidad endiablada hacia sus compañeros.
Respira profundamente y dispara, viendo como la flecha impacta en su objetivo y como el arquero cae derribado. El soldado grita eufórico a sus compañeros que sigan luchando y que no desistan en el empeño de conquistar la ciudad, mientras observa como los defensores empiezan a huir despavoridamente...
Chechu P.
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